20 de abril de 2007

Entre Guerra Cultural y el Ordenamiento de la Realidad

Hablar del aborto siempre es y será un tema espinoso en un país como México. La sociedad mexicana es contradictoria en todos los sentidos con el que la podamos definir. Por un lado, se encuentra inmersa en una conciencia Guadalupana tradicionalista, que respeta los valores y las costumbres, mientras que al mismo tiempo puja con una fuerza innovadora postmodernista para conseguir un lugar en un mundo globalizado y mediatizado. El tema del aborto es y será por mucho tiempo un tema de choque. Un tema de confrontación entre estas dos realidades de un país que busca modernizarse al mismo tiempo que pretende mantener su equilibrio cultural.

Pero la discusión del aborto no es un planteamiento de lo que se debe o no se debe hacer, de su trasfondo ético y moralista, o de su viabilidad jurídica; la actual discusión sobre las despenalización del aborto debe ser entendida como un punto de partida para poner orden y reglas a una realidad muy dura y muy fría: en México, y particularmente en el Distrito Federal, se practica el aborto, queramos verlo o no.

Según cálculos de la Organización Mundial de la Salud, de los 211 millones de embarazos estimados anualmente, unos 46 millones acaban en abortos provocados intencionalmente en todo el mundo, de los cuales 18 millones son realizados en condiciones no seguras. El punto no debe ser el tratar de entender, de satanizar o de hacer un juicio valorativo sobre las razones por las cuáles se lleva a cabo un aborto, sino sobre los criterios y condiciones mínimas de salud pública para garantizar que la decisión de abortar se realice de forma segura.

Sin importar las motivos o las justificaciones del por qué se debe penalizar o despenalizar el aborto, debemos entender que dicha práctica es una decisión personal que tiene un objetivo unidimensional para la persona que resuelve llevarla a cabo. Y esa decisión contempla una disyuntiva PRIVADA, sobre la cual indudablemente versará esta discusión ética y moralista, pero que pesa más sobre una serie de factores que influyen sobre la vida PRIVADA de la potencial madre o de la potencial pareja. Para mí, cuando las decisiones son personales y se realizan en la esfera de la vida privada de cada individuo no hay razón ni justificación para buscar influenciarla.

No se trata de darle voz a quienes no la tienen, ni de salvar una vida perdiendo otra. Ni se trata de generar las condiciones para facilitar o promover la decisión de abortar, que con mucha franqueza, apuesto que no es nada sencilla. La finalidad de la discusión sobre la despenalización del aborto debe ser una sobre el aseguramiento y el ordenamiento de la realidad de un país y de una ciudad. ¿Ordenamos para dar garantías de que el aborto se realice con condiciones mínimas de salubridad o penalizamos para fomentar el clandestinaje, la irregularidad y cerrar los ojos a un problema que creemos no existe? Dejemos que la conciencia defina lo que es bueno y lo que es malo, ya sabrá cada quien de qué es responsable al final del camino, sea Guadalupano o postmodernista.

Martino